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A 38 años de la gesta de Malvinas: Juan Luna, el «negro héroe»

Recordamos la gesta de Malvinas de boca de uno de los ex combatientes que tiene nuestra ciudad.
Por Juan Carlos Gamero (La presente nota es un extracto de lo publicado en el periódico «Cosas Nuestras» en su edición de mayo de 2015)

Las puertas de su casa se abrieron y nos permitieron conocer una historia de vida tremenda, altamente emotiva y que merece de ser contada. Futbolista promisorio, improvisado soldado en plena guerra. El “Negro” las pasó a todas y de todas salió con valentía, coraje y dignidad.

A Juan lo disfrutamos en la Alta Gracia futbolera cuando decidió calzarse la camiseta del Deportivo Norte allá por finales de los años ochenta. Estandarte y símbolo de una defensa poco menos que impasable y dueño de una fortaleza que a simple vista uno se daba cuenta que estaba forjada mucho más allá de una cancha de fútbol.

Nota con Juan Luna, uno de nuestros héroes de Malvinas. Repasamos su vida y su gesta en las islas.

Inferiores en Talleres

“Vivía en Córdoba, en barrio Ameghino. Iba a la Escuela Virgen de Fátima y entramos al campeonato de Canal 12. Un hombre de apellido Ortiz, padre de uno de los chicos nos llevó a probarnos a Talleres a varios de los chicos y allí quedamos los cinco (Arnaudo, Ortiz, Pasquini, Fambrini y yo. Tenía 10 u 11 años por entonces”, arranca contando Juan que luego recuerda que al poco tiempo se mudó con su familia a Alta Gracia y comenzó el tiempo de los viajes.

Su primer técnico en filas de Talleres fue una de las grandes glorias albiazules: la “Cabra” Antonio Gambino. Más tarde, también la “Wanora” Romero fue uno de sus maestros.

Con 15 años apenas cumplidos, fue promovido a la Reserva. Eran los tiempos del gran Talleres lleno de gloria y de figuras. “Debuté en la reserva jugando de cuatro, marcándolo al Pelusa Urruti en un partido contra Racing. A partir de entonces entrené con el plantel de Primera con todos los monstruos que jugaban en Talleres esos años, con Cacho Taborda como técnico”.

Juan Luna, cuando era un promisorio jugador en el mejor Talleres de todos los tiempos.

El mejor Talleres de todos

Eran tiempos en los que Talleres era una constelación de estrellas. Bravo, Bocanelli, Reinaldi, Valencia, Alderete, Guerini… todos rivales de entrenamiento que lo fueron forjando como jugador. “En los entrenamientos se iba fuerte, así eran las cosas, no había que mezquinar nada”, acota Juan.

Lo cierto es que fue creciendo y se fue afianzando. Estaba esperando una chance, pero no era sencilla la parada. Delante de él, en la zaga estaban nada menos que Luis Galván y Miguel Oviedo, dos tremendos jugadores. “Ellos eran los titulares y los juveniles altenábamos en las prácticas, esperando nuestro momento”, recuerda hablando de sus mejores momentos en la cancha.

De la cancha a la trinchera

El “Negro” Juan Luna jugó en Talleres hasta que en febrero de 1982 le tocó el servicio militar. Ese año marcaría para siempre su vida dentro y fuera de la cancha. “El 3 de febrero a las 5 de la mañana me tuve que presentar en el Batallón 141 en el Parque Sarmiento. Menos de dos meses después estaba en Malvinas. Así de rápido se dieron las cosas”.

Así, punto final con el tema guerra. Al menos por ahora. En el relato de Juan, es como aquellas pelis que en aquellos tiempos censuraban, que de una escena pasaban a otra sin decir agua va.

“Cuando volví, el médico del plantel, Dr. Gallardo me ayuda y me brinda ayuda psicológica con la esposa del Profe Mendoza. Me costó volver porque se me había bajado el entusiasmo, veía que había perdido mi oportunidad al haberme tenido que ir en mi mejor momento. Cuando volví alternaba el puesto con el “Topo” Héctor Arzubialde”.

Un par de veces tuvo chances de ir a otros clubes, pero Talleres nunca lo dejó ir. Igual, ya tenía ganas de emigrar. “Decidí parar un año y finalmente quedé libre”, cuenta el Negro, ya harto de esperar el “si” de Talleres.

Con la del Depo

Su siguiente etapa, llena de logros y de gloria deportiva, la vivió en el Deportivo Norte, a donde llegó alrededor de los años 86 u 87 a un equipo donde entre otros estaban Omar Arrigoni, Geri Cuello (“el mejor cuatro que vi en mi vida”), “Fico” Cuello, el “Oreja” Sánchez, Hugo Cisterna, Cacho Chavero, el “Negro” Vera, Jorge Heredia, Renato D´agata, el Chueco Argüello y Mario Pistone. “Era un equipazo”, recuerda Juan.

De su etapa en Deportivo Norte no le han quedado más que lindos recuerdos. Grandes equipos, muy buenos jugadores, títulos ganados, torneos provinciales defendiendo la merengue, y grandes amigos.

“Tuve muchos amigos en esos años. Fico Cuello, Geri, Jorge Heredia, tipos que eran muy buenos en la cancha y unos fenómenos como amigos”.

Una de las grandes formaciones del Deportivo Norte que lo tuvo a Juan como baluarte en su defensa.

Los minutos finales

En Deportivo Norte estuvo hasta iniciada la década del noventa cuando emigró para jugar en la liga independiente de Río Ceballos, para el Club La Quebrada. Allí, a la vuelta de tantas cosas, se encontró con Tito Ocaño y Angel Bocanelli, ex compañeros en Talleres y que jugaban en un equipo de Salsipuedes.

La carrera futbolística del “Negro” Juan Luna había terminado en el relato. Seguramente quedaban unas cuantas anécdotas de cancha por compartir. Un jugador tremendo, con la capacidad y los cojones que el puesto amerita. Un marcador central de los que siempre hacen falta en todos los equipos que alguna vez fue considerado por la crítica como el sucesor de Luis Galván en el mejor Talleres de todos los tiempos, que tuvo que ir a la guerra cuando era un pibe y que terminó su carrera regalándonos varios años de fútbol defendiendo los colores de uno de nuestros clubes.

Juan Luna supo sobreponerse a todo y a todos. Estuvo ahí de tocar el cielo con las manos dentro de una cancha y conoció el infierno en el campo de batalla. Negro corajudo si los hay, hoy la sigue peleando yendo a trabajar todos los días y disfrutando de su familia porque sabe que el pasado ya fue y sólo queda futuro por recorrer.

“La guerra me robó el futuro como futbolista. No tengo rencor, pero fue así”.

Postales de guerra

“Fui a Malvinas con apenas un mes de instrucción. Ni siquiera pude avisarle a mi familia que me llevaban. No me dejaron despedirme de ellos. Un día vino un Sargento y nos dijo que nos íbamos a Malvinas, así de simple. Cuando fue el fin de semana mi viejo a verme, ya no estaba, me habían trasladado”.

“Estuve siempre en Puerto Argentino y alrededores. Sentí que fuimos esclavos, mano de obra para la guerra. Llegué a Malvinas sin haber disparado un solo tiro en mi vida. Nos dieron un guante que a los 15 días no servían más. Encima nos bailaban en plena helada. Estuve 58 días allá y no me saqué los borceguíes ni un día. Estuve con principio de hipotermia y me salvó un porteño con quien sigo siendo amigo hoy en día. Prendió fuego y casi me tiró encima”.

“Comíamos una vez por día, a las cuatro de la tarde y con suerte desayunábamos mate cocido amargo de vez en cuando. Los primeros días con una rodaja de pan mignon, luego  ni eso. Eso si, si tenías plata, los mismos superiores te vendían chocolate, mantecol y dulce de batata. Una vez que se acabó el dinero, desaparecieron las cosas. Cuando terminó la guerra, nos hicieron prisioneros y nos metieron en unos galpones gigantes llenos de comida y de ropa que habían enviado desde el continente y que nunca nos dieron.”

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