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Crónicas al Voleo

Ben Johnson y el paraíso perdido

Por Germán Tinti

 

El Estadio Olímpico de Seúl estaba repleto. Era un día radiante y se disputaba la prueba estrella de todo juego olímpico: la final de los 100 metros llanos. Sobre la pista estaban las 8 personas más veloces del mundo: Robson Da Silva de Brasil, Raymon Setwart de Jamaica, Car Lewis, Calvin Smith y Dennis Mitchell de Estados Unidos, Linford Christie de Gran Bretaña, y  Ben Johnson y Desai Williams de Canadá.

Todas las miradas, todas las cámaras, todo el interés estaba centrado en las estrellas del momento: Carl Lewis había ganado la medalla de oro en los anteriores Juegos Olímpicos (en rigor de verdad había ganado 4 doradas: 100 y 200 metros llanos, salto en largo y la posta 4×100). El canadiense (en realidad jamaicano nacionalizado) era Campeón Mundial vigente luego de su triunfo en el Mundial de Roma del año anterior, en el que –además– se había quedado con el Récord Mundial al hacer una marca de 9 segundos 83 centésimas.

El enfrentamiento entre Lewis y Johnson no era nuevo. Poco tiempo antes, el norteamericano había comenzado a manifestar públicamente su preocupación por el aumento de casos de atletas que recurrían a la química para ayudar al físico. Muchos adjudicaron esas declaraciones al despecho por haber perdido el lugar más alto del podio a manos de Johnson.

Así se llegaba a ese 24 de septiembre de 1988, con los ojos del mundo puestos en este verdadero clásico del atletismo mundial. Cuando los competidores terminaron los movimientos de calentamiento y se ubicaron en posición de largada, en el estadio se hizo un silencio reverencial. Era la calma que antecede al huracán. En la presentación anterior las ovaciones para uno y otro habían sido parejas. Las cámaras de televisión alternaban primeros planos de los rostros reconcentrados de los atletas y la expresión ansiosa de la madre de Lewis, que sufría en la tribuna. El pistoletazo de largada despertó el rugido del público y disparó a los 8 bólidos humanos hacia la meta. Los 10 segundos más esperados de los Juegos Olímpicos, la gloria y el drama, el esfuerzo supremo, el fin único de cientos de horas de entrenamiento… todo estaba allí.

Tuve un sentimiento de mucho miedo –dijo Ben Johnson algunos años más tarde sobre ese momento–. Había esperado 11 años para llegar a ese punto y no había lugar para el fracaso. Me dije a mi mismo ‘lo que me duele va a tener que esperar, tengo que ganar esta carrera y al dolor lo dejaré para más tarde’”. Ese nivel de presión manejaba.

Ben Johnson arrasó. Todavía muchos tenemos grabado su gesto triunfal dos pasos antes de cruzar la línea, levantando el brazo derecho con el índice hacia el cielo, mirando hacia su izquierda y un poco hacia atrás, para asegurarse que Lewis estaba atrás, muy atrás. El norteamericano recién lo pudo alcanzar allá por la curva de la pista, cuando Johnson abandonó el solado sintético para acercarse a la tribuna a recibir una bandera canadiense. Recién allí pudo saludar al vencedor.

Seúl 88. Aquella tarde, Ben Johnson tocó el cielo con sus manos. Pronto, la historia cambió.

Johnson estaba en el limbo. Se había quedado con la medalla dorada y había pulverizado su propio récord mundial al clavar el cronómetro en 9 segundos 79 centésimas. Había llegado a lo más alto… y desde lo más alto se cayó. Setenta y dos horas después el Comité Olímpico anunciaba que el control antidoping del velocista canadiense había dado positivo. La expresión “esteroide anabólico” se metió de lleno en nuestro lenguaje habitual.

En principio se habló de complot (parece ser que siempre es la primera reacción) pero en seguida Johnson reconoció haber consumido drogas prohibidas para mejorar su rendimiento.

“Cuando mi entrenador me dijo que había dado positivo me senté en la cama de mi habitación, puse mis manos sobre mi cabeza y dije ‘no puede ser’, pero un segundo después me dije ’finalmente me atraparon’”.

Tardó más de una década en llegar, demoró menos que un suspiro en irse. Y la gloria, cuando se va, se lleva todo.

 

Un dia la suerte entro por mi ventana / Vino una noche se fue una mañana / Quizás solamente me vino a enseñar

Que viene y va, / como las olas con el mar se mueven.

Que viene y va, / como la luna, como el rayo verde.

Que viene y va, / como una idea, como el estribillo…

Que viene y va, / como un recuerdo, como un espejismo.

Que viene y va, / igual que los problemas por la noche.

Que viene y va, / como un famoso que nadie conoce,

que todos pueden tener y nadie puede guardar

 

Confesó que venía consumiendo esteroides desde 1981 y la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF por sus siglas en inglés) le retiró todos sus títulos desde aquel año. Canadá, su país adoptivo, le sancionó a perpetuidad.

Pero Ben Johnson tuvo una segunda (y también una tercera) oportunidad. Y la volvió a cagar. En 1991 fue indultado y volvió a los planos internacionales, llegando a competir en Barcelona ’92, pero en el ’93 volvió dio nuevamente positivo y ahora si, la IAAF lo sancionó para siempre.

Una y otra vez, Ben rompió reglas, y el olimpismo le pasó una dura factura.

Después de ello empezó la desigual lucha contra el olvido. Inició en Canadá una batalla judicial que le permitió volver a competir en su país en 1999, pero –otra vez la burra al trigo– volvió a dar positivo y ya no hubo más chances en las pistas.

Fue contratado como personal trainer por Al-Saadi el Gadafi, el hijo futbolista del sangriento dictador libio. También lo buscó Diego Maradona cuando se preparaba para su último regreso al fútbol. En la actualidad se desempeña como entrenador de atletas en Ontario, y como preparador físico de distintas figuras del fútbol americano.

Rompí las normas y fui castigado. Veinticinco años después sigo siendo castigado por algo que hice”, afirmó en una entrevista a la Agencia Reuters cuando se cumplieron 25 años de aquellos Juegos Olímpicos, “hay gente que asesina y viola, va a la cárcel y sale. Yo solo rompí las normas deportivas y he sido crucificado. Hoy tengo una nueva oportunidad en la vida, y estoy avanzando para mejorar las cosas. Ben Johnson está en un camino diferente, de escoger el camino adecuado, de enviar un mensaje a las generaciones jóvenes: no hagan trampas, no tomen drogas en el deporte”.

Desde aquellos días de Seúl, la sombra del dopaje se ha extendido a todo el deporte profesional. Con los años conocimos otros casos tan o más resonantes: con objetivos, motivos y contextos diferentes, pero confirmando que el asunto había llegado para quedarse.

Ben ahora prepara atletas, mientras una y mi veces ensaya una tardía autocrítica.

Hoy, cuando incluso la epopeya de Usain Bolt ya es historia, las tribulaciones, lamentos y ocaso de un rey llamado Ben Johnson es algo lejano, difuso y, tal vez, desconocido para muchos. Pero su caso fue el principio del fin de la inocencia. Los tantas veces declamados principios del olimpismo quedaron para siempre bajo sospecha.

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