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Crónicas al Voleo

Dorothea, Florence y la foto de la Gran Depresión

La Gran Depresión de 1929 marcó un antes y un después en la historia de Estados Unidos y del mundo.
Por Germán Tinti

El martes 29 de octubre de 1929 todo se fue al carajo. La bolsa de valores de Nueva York se desplomó como nunca antes y la economía del mundo se esfumó en el aire. El Crac tuvo efectos devastadores en todos los países; la industria se detuvo, la desocupación en Estados Unidos se disparó hasta el 25% (no pienso hacer comparaciones obvias), el pánico se apoderó de todos.

La llamada Gran Depresión se originó en Estados Unidos, a partir de la caída de la bolsa de valores de Nueva York el martes 29 de octubre de 1929 (conocido como Crac del 29 o Martes Negro, aunque cinco días antes, el 24 de octubre, ya se había producido el Jueves Negro), y rápidamente se extendió a casi todos los países del mundo.

«Venimos de la tierra del hielo y la nieve»

La profunda crisis motivó a miles de norteamericanos salir a los caminos para buscar un mejor destino en otro lugar con mayores expectativas laborales. Mientras en Nueva York  llovían desde los rascacielos empresarios en quiebra que vieron a la ventana de su oficina como única salida del drama, en las zonas rurales muchos granjeros perdían sus propiedades por hipotecas impagas ante la imposibilidad de comercializar su producción.

Para empeorar las cosas, la década estuvo atravesada por el Dust Bowl, una sequía que afectó a llanuras y praderas desde el golfo de México hasta Canadá. El Dust Bowl multiplicó los efectos de la Gran Depresión en la región y provocó el mayor desplazamiento de población habido en un corto espacio de tiempo en la historia de Estados Unidos. Tres millones de habitantes dejaron sus granjas durante la década de 1930, y más de medio millón emigró a otros estados, especialmente hacia el oeste.

La situación del campesinado se refleja en las páginas de la novela The Grapes of Wrath (Las viñas de la ira), por la que su autor, John Steinbeck recibió el Premio Pulitzer en 1940. Fue muy polémica en el momento de su publicación, y resultó profundamente transgresora en su época. Actualmente es considerada una de las obras esenciales de la literatura norteamericana del siglo XX.  Reflejaba el maltrato y la explotación que sufrían los migrantes que desesperadamente buscaban el sustento para sus familias. «Quería colocarles la etiqueta de la vergüenza a los codiciosos cabrones que han causado esto» expresó alguna vez su autor.

«El martillo de los dioses va a conducir nuestros barcos a nuevas tierras»

Entre las iniciativas encaradas por el gobierno de Estados Unidos, una de las más recordadas fue la documentar fotográficamente la situación de los más afectados. La Administración de Seguridad Agraria (Farm Security Administration) encargó a Roy Emerson Stryker convocar y organizar a un grupo de fotógrafos. Entre ellos, Walker Evans, Dorothea Lange, Gordon Parks, Margaret Bourke-White, Theodor Jung, Edwin Rosskam, Louise Rosskam, Ben Shahn, John Collier, Sheldon Dick, Ann Rosener, Jack Delano, Russell Lee, Carl Mydans, Arthur Rothstein, John Vachon, Marion Post Wolcott y Willard Van Dyke.

«La Farm Security Administration es la encarnación más célebre de un movimiento más general de cristalización de la corriente documental en el transcurso de la década de 1930. En efecto, es a partir de ese momento cuando surge, tanto en fotografía como en cine, la idea de un género documental, dotado de una teoría, una estética y una historia coherentes; y que retrospectivamente se constituyen, en los dos medios de comunicación, una genealogía y figuras de maestros». Así lo dicen los académicos del arte André Gunthert  y Michel Poivert en su libro «El arte de la fotografía: de los orígenes a la actualidad».

Una de las tantas postales de La Gran Depresión de 1929.

De las decenas de miles de fotografías que registran el drama de quienes han perdido todo, los polvorientos caminos poblados de gente que persigue un destino mejor; la humillante decadencia de un país que veía astillarse el portentoso sueño americano. Hay una que ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo una dimensión simbólica que va mucho más allá de una circunstancia histórica.

«Para luchar contra la horda, cantando y llorando»

Después de una jornada de trabajo, Dorothea Lange regresaba a su casa cerca de Berkeley cuando encontró, en las proximidades de San Luis Obispo un campamento para agricultores. Muchos de ellos habían atravesado el país a duras penas en busca de una oportunidad de trabajo en los campos de la soleada California. Entre ellos, la fotógrafa vio a una mujer y sus hijos.

«Vi y me acerqué a la famélica y desesperada madre como atraída por un imán. No recuerdo cómo le expliqué mi presencia o mi cámara a ella, pero recuerdo que no me hizo preguntas. No le pedí su nombre o su historia. Ella me dijo su edad, que tenía 32 años. Me dijo que habían vivido de vegetales fríos de los alrededores y pájaros que los niños mataban. Acababa de vender las ruedas de su coche para comprar alimentos. Ahí estaba sentada reposando en la tienda con sus niños abrazados a ella y parecía saber que mi fotografía podría ayudarla, quizás por ello me ayudó. Había una cierta equidad en el momento», contó la fotógrafa en 1960, hablando de la fotografía ícono de la Gran Depresión.

Pero no fueron exactas las palabras de Dorothea. La historia real de esta desesperada madre se conocería unos 40 años después. Fue cuando se supo que su nombre era Florence Owens Thompson, una descendiente cheroqui que en 1936 trabajaba en los campos de remolachas y, en busca de mejores condiciones de vida, se trasladó junto a su esposo e hijos hacia Watsonville. El auto en que se trasladaban se averió, por lo que debieron detenerse en la carretera. Mientras el padre con dos de sus hijos caminaron en busca de un repuesto, la madre se quedó con el resto de la prole en una precaria tienda. En eso estaba cuando apareció Lange. La fotografía se tituló «Madre migrante» y Roy Stryker dijo de ella que «es la última foto de la Depresión, es inmortal».

«Tus campos tan verdes, pueden susurrar historias de sangre»

No pensaba igual Florence, que en una entrevista dijo que «Me gustaría que [Lange] no hubiera tomado la fotografía. No he ganado ni un centavo con ella. Lange nunca me preguntó ni siquiera mi nombre y dijo que no vendería las fotos. Además añadió que me enviaría una copia, pero nunca lo hizo».

La Gran Depresión fue superada, pero la angustiante imagen sigue graficando el drama que afrontan quienes deben dejar todo para lanzarse hacia un destino incierto. La historia periódicamente nos pone ejemplos que en muchos casos trascienden los libros y se insertan en los recuerdos familiares. Todos tenemos en nuestro legajo un antepasado –o un contemporáneo– que hacen realidad los versos de León Gieco: “Lleva en sus ojos toda la mezcla / de la rabia, de la duda y la tristeza / tiene que pagar con el olvido / lágrima de puerto y de destierro”.

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