«Mecha» fue un símbolo del centro de la ciudad. Ese centro de bares y confiterías que se fue para darle paso a las cadenas de casas de electrodomésticos y financieras.
Su DNI decía que se llamaba Mercedes Domínguez, pero como suele ocurrirle a la personas trascienden lo popular, no hacía falta llamarla por su nombre completo. Con decirle «Mecha» era suficiente.
No podría recordarse a Stuttgart sin la figura de Mecha atendiendo las mesas. Moza como las de antes, que te veía llegar y ya sabía qué tomabas, cómo lo tomabas y cuándo lo querías. Y sabía manejar muy bien aquella delgada línea entre ser atenta y convertirse en una metiche de bar.
Para quienes conocimos «aquel» centro de Alta Gracia, la noticia de su fallecimiento no hace más que avivar recuerdos. De noches interminables con cerveza y pool al fondo, de mañanas de café con leche, de amigos, de primeras novias…
Porque en cada uno de esos recuerdos, Mecha querida, estás vos. Es así de simple. Uno dice Stuttgart, y automáticamente piensa en ella. Como que el uno no podría existir sin el otro.
Mecha hacía rato había dejado de servir mesas, de atender parroquianos, de ir y venir con su bandeja yendo y trayendo pedidos. Pero ocurre con las personas que uno aprendió a querer, nunca se fue de la memoria de quienes la conocimos.
Hoy, se nos fue. La ciudad la recuerda con cariño sabiendo que el cafecito a la mañana ya nunca tendrá el mismo sabor.
Que en paz descanse.
Foto: Archivo Cosas Nuestras
