AG Noticias
Sin categoría

El entrenador de los pájaros

Por Luis Eliseo Altamira

 

En noviembre de 1991, viajé a Salta para encontrarme con el Cuchi Leguizamón. Quería develar la intriga que me había despertado un reportaje publicado en la desaparecida revista Expreso Imaginario, en el que el músico decía concurrir a las lagunas aledañas a la ciudad, a cantar con los rococos, esos sapos impresionantemente grandes. Transcribo, a continuación, una parte del extenso diálogo que mantuve por entonces con aquel irrepetible filósofo de los animales.

Hay unos sapos, acá, los rococos… ¿Es cierto que va a las lagunas a cantar con ellos?

– Pero claro. ¡A todas! En el verano. El sapo conoce música, conoce composición. ¡Aunque diga que no, Stravinsky y todos los pillados que se creen que el único que tiene el camino de la composición es el hombre! ¡Mentira! El rococo es cosa seria. ¡Tiene cultura coral! Ha aprendido las cosas. Las cosas que canta, ¡no son improvisadas! ¡Son perfectamente pensadas!

¡Qué bárbaro!

– Pero el rococo… El animal es terriblemente necesitado de comunicación. Y yo lo comunico al animal y el animal se hace… ¡íntimo amigo mío! Con Manuel Castilla, una vez, estábamos tomando vino en su casa de alto. Y como cantábamos, tocábamos la guitarra y que se yo qué mierda, un rococo dijo: “¡Esta farra también es para mí!”. Y se ha aparecido a mirarnos. Y dice el Barbudo: “¡Qué hermoso rococo! ¡Juguemos al carnaval con el rococo!”. Era día de carnaval. “¡Meta!”, le dije yo. Entonces se acercó despacito y ¡pom!, lo sorprendió con una jarra de vino. Y el rococo hizo glub, glub, glub, y se tomó el vino. Y se machó. Y estaba medio dicharachero. Pero con frases cortas (risas). Indudablemente, el deseo de comunicación es el del ser vivo. Se da en los bichos de la naturaleza, como se da en el hombre. Yo desde que he nacido me he comunicado con los pájaros. Mi madre tenía como doscientos. ¡Hermosos! Los trataba como a príncipes. Iba, les compraba las frutas más ricas. ¡Para que canten! Por ahí entraban pájaros que no cantaban… “¡¿Pero cómo puede ser esto?!”, decía. Y lo que pasaba era que no cantaban porque no sabían cantar. Habían entrado demasiado temprano en el hospicio de los pájaros… Pero mi madre creía que… ¡Porque los pájaros que se escapaban, volvían!

Estaban muy bien tratados, claro.

– Estaban muy bien tratados. Y yo era el entrenador de los pájaros. Siempre les cantaba y conseguía que me respondieran. Yo conozco el canto de todos los pájaros. (El Cuchi silba). Ese es el canto de los chalchaleros. Yo consigo enloquecerlos a los pájaros. Les cambio el canto. Ellos tienen, por lo menos, uno, dos, tres cantos. Pero yo, cuando empiezo, que cinco, que seis, ¡y me quieren seguir! ¡Se vuelven locos! Yo he hecho en algunos casos casi un taller. Porque les cambiaba los cantos pero mejorándolos. Tomando el tiempo y los factores que realmente los enriquecían. Además, hay pájaros con una concepción de la creatividad… ¡Hay verdaderos artistas increíbles entre los pájaros! ¡Cómo cultivan su afinación! Y, además, son muy sencillos. El pájaro utiliza su canto para enamorarla a la mujer. ¡O sea que ya tiene una razón muy importante! ¡Y lo que pasa es que la enamora!

Pero los pájaros, por lo que usted acaba de decir, además de emplear el canto para seducir a las mujeres, también cantan por el gusto de cantar.

– ¡Claro! ¡Con una soledad estética envidiable! Envidiable en Borges con el chalchalero (ríe). Y no cambia. No es chanta. No cambia su modo que es ancestral y lleno de una emotividad increíble. ¡Qué pequeños errores que comete Dios! ¡Por qué no haber extremado la perfección de los pájaros!

Quizás los pájaros se vayan perfeccionando a sí mismos con el tiempo, ¿no?

– ¡Aaaah, pero por supuesto! ¡Y yo los ayudo a perfeccionarse!

¿Qué cree que es necesario para que la gente pueda percibir la riqueza del canto de los pájaros?

– Que se ocupe menos de las operías. ¡El hombre vive ocupado por millones de operías! ¡Y al chalchalero no le preocupa ninguna! (ríe). ¡Tiene una condición cultural mucho más importante que la del hombre!

No le preocupa ninguna y por eso puede cantar mejor.

– ¡Y puede cantar mejor! ¡Y quiere cantar mejor! Es una expresión de la vida tan extraordinaria, que yo no sé cómo las religiones no han tomado campo de esto, cómo no han tomado ejemplo de esto. Debe ser por miedo. ¡Todas las cosas, las horribles cosas que hace el hombre, las hace por miedo! La mayoría.

nakasone