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El heroico cordobés que viajó en el Titanic

El titanic probablemente sea el barco de mayor fama de la historia: tardó tres años en construirse, sólo navegó cuatro días y tras su hundimiento se llevó la vida de un joven del interior cordobés.

El lujoso navío  llevaba a bordo 2.223 personas y sólo se salvaron 705. El resto terminó en el fondo del mar. El viaje desde Southampton a Nueva York prometía ser histórico, pero no por el motivo por el cual quedó inmortalizado. 

El Titanic era, según decían en esa época, el barco de mayor seguridad en el mundo, pero el choque con el iceberg mostró lo contrario. La invulnerabilidad de la nave hizo que los constructores navales no se preocuparan por los botes salvavidas. Por ello, más de la mitad de las personas a bordo no tenía lugar en los mismos.

Edgardo Andrew

Nacido en el sur cordobés, en San Ambrosio, Edgardo Andrew tenía 17 años. Y en unas pocas semanas una serie de pequeños eventos se confabularon para que se encontrara a bordo del Titanic. Edgardo no fue de los que compraron con anticipación el boleto para la travesía inicial del gran barco.

El 14 de abril de 1912, la noche de la tragedia, Edgardo se dirigía a encontrarse con su hermano mayor Silvano Alfredo instalado en Estados Unidos hacía años y que estaba por casarse en Nueva Jersey.

Silvano era ingeniero naval de la Armada Argentina y su misión consistía en supervisar la construcción de dos buques argentinos: el Rivadavia y el acorazado Moreno. Como pensaba instalarse definitivamente en Estados Unidos junto a su adinerada esposa, deseaba que su hermano siguiera sus estudios junto a él.

Su padre era inglés y administraba una gran estancia. A fines de 1911 lo habían enviado a Londres a iniciar la carrera de ingeniero naval para que siguiera los pasos de su hermano mayor.

Edgardo sacó pasaje en el Olympic, un trasatlántico grande que pertenecía a la misma empresa naviera que el Titanic. Este hecho, que ambos barcos tuvieran el mismo dueño, también influyó en el destino del joven.

El Olympic zarparía algunas semanas después que el Titanic pero una huelga de carboneros hizo que la empresa suspendiera la salida del barco. Este hecho llevó a Edgardo a que cambiar su boleto.

A pesar de eso, el joven decidió aprovechar el viaje. No todos los días se es pasajero del barco más grande del mundo. En su caso se sumaba el hecho de que veía, por sus estudios, detalles que los demás pasaban por alto. Todo lo deslumbraba. Disfrutaba y aprendía.

Desde su camarote escribió una postal a otro de sus hermanos, Wilfred, y puso la dirección de la estancia cordobesa. Quería compartir su asombro con sus seres queridos: “Desde este colosal barco tengo el placer de saludarte. Hoy llegaré a Irlanda, donde pasaré unas pocas horas…”.

 En el momento en que empezó el desastre, el argentino estaba comiendo en uno de los salones. Compartía la mesa con Jacob Milling, empresario danés, y una maestra inglesa, de 27 años, Edwina Winnie Trout.

Cuando se produjo el impacto los jóvenes siguieron comiendo y riendo. Minimizaron el incidente. Hasta se burlaron de algunos que a su alrededor se mostraron alterados: el Titanic era indestructible. Les resultaba ridículo preocuparse. Las principales autoridades a bordo, por desgracia, también pensaron lo mismo.

A los pocos minutos quedó establecida la gravedad de la situación. Ya nadie podía dudar de la falibilidad del Titanic. Todos corrían por su vida.

Edgardo, en medio del revuelo, rescató un salvavidas y se lo puso. Mientras corría hacia una de las estaciones en las que debían estar los botes se encontró con Winnie que lloraba desconsolada. La abrazó, la llevó con él, se quitó el salvavidas y se lo puso a ella.

Al percatarse que no había lugar para todos en los botes y que el barco se hundía irremediablemente, se subió a una baranda y se zambulló en el mar helado. No se supo más de él.

La familia perdió las esperanzas unas semanas después cuando su nombre no aparecía en las escuálidas listas de sobrevivientes.

No se supo mucho más de él hasta que varias décadas después Winnie Trout contó su historia y resaltó el gesto desprendido, heroico y caballeresco de Edgardo. 

Ella siempre valoró que él le hubiera cedido su salvavidas para proteger su vida. Con su recuerdo ayudó a perpetuar la memoria de Edgardo Edward. Así ella rescató del olvido a quien le dio una oportunidad más.

En el año 2000 mientras se realizaban tareas de búsqueda de restos de la nave, se encontró una valija. Por su contenido se determinó con facilidad que pertenecía a Edgardo Andrew. Dentro de esa valija marrón percudida por el agua y el paso del tiempo había ropa, un gorro, dos cartas, postales, y otras pertenencias del argentino.

Nota de Matías Bauso, periodista de Infobae 

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