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El jardinero que transplantaba corazones

Por Luis Eliseo Altamira

(Para Cesar Hebenstreit)

“A fines de 1967 –rememora Eduardo Galeano– Christian Barnard transplantó por primera vez un corazón humano y se convirtió en el médico más famoso del mundo. Su hazaña no hubiera sido posible sin un hombre de dedos mágicos que había ensayado el transplante de corazón varias veces en animales”. Hamilton Naki, tal su nombre, figuraba en las planillas de los empleados del hospital como jardinero.

Hace unos años vi en el museo Caraffa un cuadro de un pintor francés (no recuerdo el título ni el nombre) en el que, sobre fondo rojo, había escritas las palabras “il bat” (él late) en azul, repetidas veces, desde el ángulo superior izquierdo del cuadro al inferior derecho. Y en el medio de la pintura, escritas en grandes letras blancas, las palabras “Je vis” (yo vivo). Se refería, obviamente, al corazón que, desde el más oscuro de los anonimatos, repite incansablemente la acción de retraer y expulsar la sangre para que nosotros, los piolas del año cero, vivamos.

Christian Barnard y Hamilton Naki.

La noche del 3 de diciembre de 1967 el doctor Christian Barnard anunció al mundo que en el hospital Groote Schuur de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, se acababa de realizar con todo éxito, tras 48 horas de intervenciones, el primer transplante de este puño del alma entre seres humanos. Hubieron de pasar casi treinta y cuatro años para que el mismo Barnard, poco antes de morir y a una década de finalizado el apartheid, confesara (a un documentalista interesado en el tema) que buena parte de aquella operación la había realizado Hamilton Naki, un hombre de raza negra, jardinero del hospital en cuestión. “Técnicamente –reconoció el cirujano– era mejor que yo”.

Naki nació el 26 de junio de 1926 en la aldea de Ngcingane, en una familia de escasos recursos. A los catorce años, sin haber terminado la escuela primaria, se marchó a tentar suerte a Ciudad del Cabo, dónde consiguió trabajo como jardinero de la universidad. Pronto pasó a limpiar las jaulas de los animales que, en la Facultad de Medicina, se empleaban para realizar experimentos de transplante. No tardarían en asignarle la tarea de manejar los cuerpos de los bichos durante las operaciones, hasta verse involucrado en tareas quirúrgicas (como colocación de anestesia y suturas) y cuidados pos operatorios. “Todo aprendido a partir de la observación”, apuntaría Hamilton, años más tarde.

Las revistas del mundo reflejaban el logro médico sudafricano, sin conocer aún la historia detrás de la noticia.

Pese a carecer de estudios formales, se le autorizó, dadas su técnica y su capacidad, a participar en los transplantes. El 2 de diciembre de 1967, Denise Darvaald, una joven blanca, fue atropellada al cruzar una calle y trasladada con urgencia al Groote Schuurhospital, donde le diagnosticaron muerte cerebral, aunque su corazón seguía latiendo. En otra cama, Louis Washkansky, un comerciante de 52 años, le decía adiós a la vida. Entonces, el doctor Barnard decidió intentar el traspaso.

En un tiempo de 48 horas, consiguieron extraer el corazón de la joven e implantarlo en el cuerpo de Washkansky. Los asistentes recordaron la delicadeza con la que Naki libró al órgano de Denisse de todo rastro de sangre, antes de que Barnard volviera a hacerlo latir en el pecho del hombre. “Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca –confesaría el cirujano en 2001-. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido”.

“Ahora puedo alegrarme de que todo se sepa –dijo Naki en 2002, al recibir la orden de Mapungubwe, uno de los mayores honores de su país, por su contribución a la ciencia médica-. Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad”.

El ex jardinero se había jubilado en 1991, con una pensión mensual equivalente a 226 euros de hoy. Murió en mayo de 2005, a los 78 años.

Hamilton Naki quedó en la historia, y hoy el mundo lo reconoce.
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