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Gallardo, la diferencia de siempre

Por Gustavo Gutiérrez

 

La diferencia entre Gallardo y Guillermo son tan abismales como los efectos producidos por sus planteos y sus cambios.

Ese don de ver el partido desde afuera es superador por parte del Muñeco, y definitivo a la hora del justo Campeón millonario. Ese es el nudo de la cuestión. El liderazgo de uno sobre el resto hasta hacer valer la convicción de que el juego es todo y sin juego, nada.

El otro, acostumbrado a la vieja muletilla «Boca tiene gol, el juego qué importa».  Era tan importante el gol que justo en la final, en el partido más importante, sacó insólitamente de la cancha a Benedetto, o sea al gol. Antes, humilló a Cardona, uno con juego, dejó a Almendra sin postre y postergó la inclusión de Tévez hasta límites diría absolutamente ridículos.

Puso a Abila disminuido. Colocó a Gago que sufrió la tercera rotura del tendón de Aquiles, siempre ante el mismo rival.  Pregunto: ¿si la figura de tu equipo es Nahitán Nández es por juego o por lucha? No lo dudes, puro músculo. Con eso casi siempre se lucha, pero también casi siempre no se juega.

Boca tímido, dándole la pelota a un River estático, presa de la marca. El partido parecía Titanes en el Ring. El golazo de Benedetto fue un oasis en un partido desierto de luces. Después Gallardo, el líder, el capitán, el jefe. Afuera Ponzio, uno de sus lugartenientes preferidos. Adentro Quintero, que con ese golazo metió la primera mano de nocáut.

Es cierto que Boca fue, pero nunca supo cómo. Queda la anécdota del palo salvador después del disparo de Jara. Y queda el gol de potrero del Pity, quien como el velocista capo de los cien metros llanos corrió, corrió, corrió, desde la mitad de la cancha, solo, hasta depositar el gol en un arco vacío por que Andrada había ido a cabecear el último corner.

River Campeón. ¿Por qué? Porque supo cambiar a tiempo, impuso condiciones. Se dio cuenta que algo debía modificarse. Gallardo no tenía comunicación directa, pero su mensaje, su guión, su letra, necesitaba recordatorios.

Su ayudante de campo lo define con tres palabras: calidad, voluntad y exigencia. En esos quince de intervalo River cambió casi todo; de aquel equipo estático, comenzó a moverse. Pero no cambió a uno: a Gallardo, ese mantuvo su liderazgo, inmodificable. Mantuvo su capacidad para leer el partido. Ese volvió a ser la diferencia, como casi siempre.

 

 

 

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