AG Noticias
Crónicas al Voleo

La cuna del punk americano

Por Germán Tinti

 

Hilly Kristal soñaba con un club nocturno dedicado a música ligada con las raíces folklóricas de los Estados Unidos. Por eso el nombre del local fue CBGB: “Country, Blue Grass, Blues”. Por las dudas agregó OMFUG “Other music for uplifting gormandizers”, que significa «Otra música para nacientes consumidores». ¿Intuición o sentido visionario? Quien sabe; lo cierto es que a poco de abrir sus puertas, en diciembre de 1973, el CBGB se convirtió en el primer reducto punk y new wave de Nueva York y de los Estado Unidos.

No era pretencioso Kristal. Elgió un local en el Bowery, un pequeño barrio del Lower East Side de Manhatan, ubicado entre Chinatown y Little Italy (¿cuántas películas se ambientaron en esas zonas?), que en la década de 1920 se convirtió en un símbolo de la depresión económica, a partir de los años de 1940 se ganó la reputación de ser frecuentado por alcohólicos y vagabundos y en el que entre 1960 y 1980 se encontraban los alquileres más bajos y la tasa de criminalidad más alta del sur de Manhattan. Sus calles, sus personajes, sus costumbres, sus miserias, fueron magníficamente retratados por el lente de Jacob Riis hacia fines del siglo XIX, y por la pluma de Joseph Mitchell en las páginas de la prestigiosa revista The New Yorker en la primera mitad del XX. “Para la gente del Boerry las películas baratas  se sitúan un peldaño por debajo del alcohol barato como forma de escape, y los vagabundos suelen ser muy cinéfilos” describió alguna vez el genial periodista, que además solía recalar en los “tugurios donde una copa cuesta cinco centavos y en los restaurantes que nunca cierran donde sirven col con morro de cerdo a diez centavos el plato”.

Lo cierto es que en el local de Hilly Kristal no hubo mucho lugar para el blue grass, pero sí para acunar una embrionaria movida punk neoyorquina. Television, la banda liderada por Tom Verlaine y Rchard Hell, fue la primera en pisar el incómodo escenario del CBGB. A partir de entonces es incontable el número de músicos y grupos –incipientes y consagrados– que desfilaron por el 315 de Bowery Av. cuando Nueva York no era la pulcra y amigable meca turística cosmopolita que es hoy y arriesgarse por las calles periféricas de la isla de Manhatan era una aventura de resultado incierto.

Como The Cavern en Liverpool, The Marquee en Londres, La Perla del Once en Buenos Aires y –por qué no– Tonos y Toneles en Córdoba (metamos un toque de orgullo localista, che), el CBGB se convirtió en un lugar de culto. Los jóvenes mal aspectados que allí concurrían se mimetizaban con el resto de la población de un barrio de mala reputación. “Los vecinos vestían peor o de manera más extravagante que los músicos que venían al local y no parecía preocuparles el ruido que se salía del local”, contaba Kristal.

 

Según Lenny Kaye (guitarrista del Patti Smith’s Group) tocaron, en 33 años de vida, unas 50.000 bandas. Puede ser que exagere, pero la lista es interminable. Por citar sólo a algunas de las más conocidas, podemos decir que AC/DC, Blondie, Sonic Youth, The B-52’s, The Clash, Elvis Costello, Sex Pistols, Guns n’ Roses, Joan Jett, Laura Branigan, The Misfits, Patti Smith, The Police, The Ramones, The Runaways, Dead Kennedys, The Jam, Talking Heads. Dr. Feelgood, Green Day e inclusive la banda argentina 2 Minutos cimentaron la fama del club nocturno y pudieron, al mismo tiempo, ponerse la medalla de haber actuado en uno de los templos inolvidables del rock. “El CBGB se convirtió en el auténtico instituto del rock’n’roll, el plantel de bandas que pasó por allí entre 1974 y 1976 fue impresionante”, escribió alguna vez Richard Hell en The New York Times. Muchos de los artistas que se presentaron fueron inmortalizados por David Godlis fotógrafo residente del club, que también documentó profusamente el ambiente del local.

En una entrevista, su fundador dijo que “tener un club en el Bowery, debajo de un albergue de indigentes, tenía sus ventajas. La renta era razonable”. Eso dejó de ocurrir cuando Rudolph Giulinai tomó el mando de Nueva York y la replanificación urbana convirtió a este sector de la ciudad en una extensión del Soho, el distrito bohemio de la Isla, inundando la zona de galerías de arte, restaurantes gourmet y tiendas de ropa fina, lo que disparó los precios de los alquileres. Así, de los U$S 19.000 que pagaba de renta por mes, Hilly se encontró con un “sinceramiento” que llevaba el pago a 35 lucas verdes. Además, Kristal olvidó, durante un tiempo prolongado, abonar algunos impuestos y su deuda con el fisco ascendía en 2006 a unos 75 mil dólares.

 

No alcanzó la intensa campaña con el lema “Salvemos al CBGB” que apoyaron numerosas figuras de la política y las artes. El 15 de octubre de 2006 el CBGB cerró sus puertas tras un concierto homenaje en el que participaron Blondie y Patty Smith pero en el que se extrañó a un buen número de nombres que forjaron su leyenda, muchos de ellos víctimas de los excesos del rock’n’roll. Su alma mater no lo sobrevivió mucho más. Víctima de un cáncer de pulmón Hilly Kristal falleció un año después, cuando tenía 75 años.

 

En 2015 hubo un intento de reflotar el CGBG. Un grupo empresario integrado, entre otros, por la hija de Kristal, compró la marca y reabrió el club pero muy lejos del Bowery: en el aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, al otro lado del Río Hudson. “La gente que ha comprado el club son excelentes personas, pero me temo que el lugar murió con el fundador”, declaró a The New York Times Richard Manitoba, el cantante de The Dictators.

Tenía razón. El intento duró poco tiempo. El punk no podría haberlo soportado.

Hoy, como una burla de los tiempos, en el 315 de Bowery Av. funciona una tienda de ropa para hombres con precios de alta costura que se llama John Varvatos y es una más de las carísimas tiendas de quien alguna vez fuera diseñador de Calvin Klein y Ralph Lauren.

Ya no hay lugar para viejas camperas de cuero y jeans gastados por el uso, ni para guitarras Mosrite y amplificadores saturados. No hay motoqueros en las veredas ni yonkis en sus mugrientos sanitarios. La prolijidad y pulcritud del lugar duele.

 

nakasone