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Crónicas al Voleo

La noche que vivimos en peligro

La noche que vivimos en peligro

Por Germán Tinti

 

Eran las primeras horas del lunes 26 de septiembre de 1983. Las cosas parecían normales en el Centro de Detección de Ataques Nucleares de la Unión Soviética ubicado en la medieval ciudad de Serpukhov, a poco más de 100 kilómetros de Moscú. El Teniente Coronel de las Fuerzas de Defensa Aérea Soviética Stanislav Petrov acababa de tomar su turno como oficial de guardia y había chequeado que todo estuviera bajo control. Estaba a punto de servirse un café cuando un sonido infrecuente lo paralizó. Era la alarma que nadie en ese lugar quería escuchar.

Una de las computadoras indicaba que un misil balístico intercontinental se dirigía hacia la Unión Soviética desde los Estados Unidos a más de 20.000 kilómetros por hora.

No perdió la calma este militar de 44 años. Mientras comenzaba a realizar las tareas para chequear lo que indicaban los sistemas satelitales, pensaba que había algo que no cerraba del todo. No obstante su intuición, realizó las maniobras protocolares para confirmar la terrible novedad. Su misión incluía la obligación de comunicar al alto mando el hecho para que se dispusiera el protocolo defensivo, que básicamente consistía en enviar una lluvia de misiles con ojivas nucleares sobre Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. En el contexto de la llamada “doctrina de destrucción mutua asegurada” eso hubiera significado que buena parte del planeta fuera arrasado por cientos de explosiones atómicas.

La noche que vivimos en peligro

Para colmo, la tensión entre Yuri Andropov y Ronald Reagan estaban en un nivel casi paroxístico. Veinticuatro días antes, el vuelo 007 de Korean Air había sido derribado al haber entrado por error en el espacio aéreo soviético. El resultado fue de 269 muertos, entre los que figuraban varios ciudadanos americanos, incluido el senador Larry McDonald.

Pero Petrov tuvo sangre fría y aplicó la lógica. ¿El primer ataque nuclear de Estados Unidos sobre la Unión Soviética se hacía con un solo misil? ¿Qué clase de tontería era esta? Nadie en su sano juicio intentaría algo así, sabiendo que se exponía a una respuesta brutal que no dejaría ningún lugar a la reacción. Esto era un suicidio… o un error.

El sistema defensivo fue anunciando, uno tras otro, la presencia de un total de 5 misiles dirigiéndose a la Unión Soviética. La lógica implacable de Petrov no varió, no podía intentarse un ataque que no fuera masivo, tenía que haber un error. “La sirena aulló, pero me quedé allí sentado unos segundos, mirando la gran pantalla roja con la palabra ‘lanzamiento’ escrita en ella. Tenía todos los datos. Si hubiera informado al escalón superior de la cadena de mando nadie lo hubiera rebatido”.

“En Europa y Estados Unidos hay un creciente sentimiento de histeria
Condicionado a responder a todas las amenazas
En los discursos retóricos de los sovieticos
El Sr. Kruschev dijo ‘yo te enterraré’”

Stanislav se comunicó con otras bases. Contradiciendo el protocolo, en lugar de tomar contacto con mandos superiores, lo hizo con subalternos. En todos los casos negaron la presencia de misiles en viaje a la URSS. Entonces resolvió no hacer el llamado.

Y salvó al mundo.

“Veintitrés minutos más tarde me di cuenta de que nada había pasado. Si hubiera habido un verdadero ataque, lo habría sabido ya. Fue un alivio” recordó el militar en una entrevista brindada décadas después a la BBC. No hubiera querido estar en sus zapatos durante esos 23 minutos, seguramente los más largos desde la crisis de los misiles.

La noche que vivimos en peligro

Petrov fue un héroe sin capa y su aporte permaneció oculto por años. Los jerarcas soviéticos intentaron por todas las vías ocultar al mundo el peligroso fallo de su sistema defensivo.

Posteriormente se determinó que las falsas alarmas fueron causadas por una rara alineación del sol sobre las nubes de gran altitud y las órbitas de los satélites, un error más tarde corregido por las referencias cruzadas de un satélite geoestacionario.​ El Sol se había elevado sobre el horizonte en el ángulo exacto para que los satélites interpretaran sus señales térmicas como un ataque de misiles. Por eso el suceso se conoció como “Incidente del equinoccio de otoño”. Parece una canción de Luis Alberto Spinetta, pero pudo haber sido el fin del mundo. “La neutrónica ya explotó, y muy pocos pudimos zafar / ahora el mundo no tiene ni agua” cantaba justamente ese año el Flaco, desde el disco Mondo Di Cromo.

Casi premonitorias las palabras del mítico músico argentino, sobre todo si tenemos en cuenta que el hecho se conoció mundialmente recién mediados de la década de 1990.

“¿Cómo puedo salvar a mi niño de juguete mortal de Oppenheimer

No hay un monopolio del sentido común

A cada lado de la valla de política

Compartimos la misma biología

Independientemente de la ideología”

Si bien inicialmente Petrov recibió elogios del Alto Mando, poco después fue sometido a intensos interrogatorios por parte de la KGB y sancionado con una degradación por haber incumplido las normas establecidas. El protocolo militar suele ser más importante que cualquier otra cosa, inclusive el sentido común.

Al fallecer su esposa, Stanislav Petrov pidió la baja y el hombre que salvó al mundo se retiró a vivir en un pequeño departamento de los suburbios de Moscú, cobrando una jubilación miserable y casi aislado por el gobierno del país al que sirvió. Se convirtió en un viejo malhumorado que fumaba incansablemente, al que enojaba que todos le preguntaran por esos 20 minutos tremendos, pero que fuera de eso era poco lo que tenía para decir.

La noche que vivimos en peligro

No obstante, el siglo XXI intentó rescatarlo del olvido en forma de premios internacionales. La Asociación de Ciudadanos del Mundo y el Senado Australiano lo galardonaron en 2004, la ONU en 2006, Alemania en tres oportunidades. Rusia nunca. Murió el 19 de mayo de 2017.

“No me considero un héroe; solo un oficial que a conciencia cumplió con su deber en un momento de gran peligro para la humanidad. Solo fui la persona correcta, en el lugar y en el momento adecuados”.

“No hay tal cosa como una guerra ganable

Es una mentira que ya ninguno cree

El Sr. Reagan dice que te protegerá

Yo no comparto este punto de vista

Créeme cuando te digo

Espero que los rusos quieran a sus hijos también”

(Sting – Russians)

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