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Crónicas al Voleo

La tregua de Navidad

Aún en las más cruentas condiciones, alfora el ser humano
Por Germán Tinti

El invierno se había impuesto frío y lluvioso en los campos de Flandes. En las trincheras que como cicatrices se habían diseminado en los últimos meses sobre el mapa de la región Flamenca, cerca de la frontera franco-belga, el Frente Occidental en el que franceses y británicos intentaban detener el avance de las tropas de Guillermo II, el último emperador alemán y último rey de Prusia.

La Primera Guerra Mundial fue una guerra de trincheras, sangrienta y cruel como nunca antes se había registrado en la sangrienta y cruel historia de las guerras humanas. Los combatientes debían soportar condiciones inhumanas, afrontando las dificultades para la provisión de alimentos, pertrechos y armamento, sufriendo hacinamiento, enfermedades y frío extremo. El promedio de supervivencia en el frente de batalla era de seis meses. Durante semanas se combatía contra enemigos que apenas se podían ver a lo lejos, sin saber muy bien por qué o quién se mataba y se moría. Quizás una sola cosa tenían en claro aquellos soldados: eran ellos o los de las trincheras de enfrente. Tal vez en su lucha no había tanto patriotismo como afán de sobrevivir.

Es un tira y afloja

Entre una cosa y otra

Es un tira y afloja

Esperábamos más

Pero con una cosa y otra

Estábamos tratando de superarnos unos a otros

En un tira y afloja

Habían pasado casi seis meses desde que Gavrilo Princip había cometido el atentado de Sarajevo, mandando al otro barrio al archiduque Franz Ferdinand y a su esposa, la duquesa Sofía Chotek (en serio, ese era su apellido), desencadenando la primera gran guerra ecuménica, la que sentaría las bases de un siglo XX que estaba empezando.

Era la Nochebuena y de a poco las balas dejaron de silbar en el aire de Comines-Warneton. Tal vez las nubes se hayan corrido para que, en medio de un profundo silencio, a veces apuñalado por los ayes de los heridos, se pudiera ver la luna en cuarto creciente y un cielo sembrado de estrellas. La persistente llovizna que durante horas caía “en estocadas finas” les daba un respiro a aquellos ejércitos de pordioseros.

De repente, en las trincheras franco-británicas los soldados comenzaron a escuchar una especie de rumor, que el viento traía desde el otro lado de las líneas. No entendían las palabras, pero la melodía les resultaba conocida, aunque seguramente demoraron algunos minutos en reconocerla. Los alemanes cantaban “Stille Nacht”. Uno tras otro, esos rudos hombres, embrutecidos por la violencia de la situación que vivían, comenzaron a murmurar, unos en inglés, otros en francés, aquellos versos que los acompañaban desde la niñez y que los remitían a recuerdos entrañables y reconfortantes.  No, esta vez no era la lluvia lo que les dificultaba la visión… eran sus propias lágrimas. En el horizonte comenzaron a aparecer tímidas y titilantes luces de velas que querían jugar de adornos navideños. La noche fue, por primera vez en tantos meses, de paz.

Es un tira y afloja

Aunque sé que no debo quejarme

Es un tira y afloja

Pero no puedo soltarlo

Si lo hago caerías

Y todo  se derrumbaría

Es un tira y afloja

Al amanecer las ametralladoras Lewis y los morteros Böher seguían en su empecinado silencio. Muchos soldados, incluso, pudieron dormir varias horas seguidas por primera vez en semanas. El cielo había retomado su persistente color gris, pero cuando la niebla se levantó, aparecieron algunos trapos blancos y algunos se aventuraron a salir de las trincheras. De ambos lados comenzaron a surgir desde aquellos pozos horrendos, hombres cansados y confundidos. Lentamente fueron avanzando por la “tierra de nadie” al encuentro de otros que eran como ellos. En sus ojos había curiosidad y mucha desconfianza pero nada de odio. Frohe Weihnachten” dijo un hombre de casco terminado en punta, “merry Christmas respondió otro de gorra desgastada, “joyeux Noël” terció otro con bigote manubrio. Se dieron la mano, se abrazaron, apareció una petaca con whisky, una cantimplora con ginebra, un tsunami de recuerdos compartidos en idiomas diferentes y en el universal lenguaje de las señas.

En los próximos años tal vez descubran

Que todo está relacionado con el aire que respiramos y la vida que llevamos

Pero no será lo suficientemente pronto

Lo suficientemente pronto para mí

¿Quién lleva una pelota de fútbol al frente de batalla? El ser humano es imprevisible y en las situaciones más dramáticas puede hacer elecciones en principio descabelladas. Algunos llevaron a las trincheras la foto de la novia, otros una pelota. Y allí estaba ese viejo y gastado balón de tiento. Los que hasta hacía pocas horas se estaban matando ahora estaban corriendo detrás de una bendita pelota de fútbol, gritando y riendo como chicos. Aparentemente existen cartas de combatientes que indican que uno de esos partidos terminó 3 a 2 a favor de Alemania. Ya lo dijo Valdano, el fútbol es ese juego en el que siempre ganan los alemanes.

Fue un instante, un recreo en medio de las rigurosidades de la guerra. Al cabo de algunas horas, felices, aliviados y agitados, comenzaron a regresar a sus puestos. Hubo más abrazos, algunos intercambios de direcciones y varias promesas de buscarse cuando acabara toda aquella locura. En algunos lugares del frente occidental la tregua se extendió hasta después de año nuevo.

El alto mando británico juró que una tregua así no se repetiría. El año siguiente se ordenaron bombardeos en la noche de Navidad para asegurarse de que no hubiera más reblandecimientos en medio del combate.

En otro mundo podremos

Pararnos en la cima de una montaña

Con nuestra bandera desplegada

En un tiempo por venir

En un tiempo por venir podremos bailar

Al ritmo de un tambor diferente

No. No hubo final feliz.

De ningún modo podía haberlo (“ni ellos ni la censura lo podrían permitir”).

Hacia 1916 pensar en una tregua de este tipo era absurdo. La guerra había alcanzado sus máximos niveles de crueldad durante la batalla de Somme y el desastre de Verdun. La cantidad de víctimas fatales crecía alocadamente y se había incorporado el gas venenoso como un arma habitual.

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