AG Noticias
Crónicas al Voleo

La triste y humillante historia de Ota Benga

Exhibir seres humanos en zoológicos. La crueldad del hombre en su máxima expresión.
Por Germán Tinti

Segunda mitad del siglo XIX. Comenzó a popularizarse la costumbre de exhibir al público de las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos, a personas provenientes de las colonias. Si bien el sometimiento y traslado forzado de naturales de una región extraña a las principales urbes de la potencia conquistadora ya se venía realizando desde principios de la humanidad a través de la esclavización de los pueblos derrotados, a partir de 1870 esta práctica desbloqueó un nuevo nivel de aberración al comenzar a hacerse para diversión y entretenimiento de otras personas. Con la excusa de estudiar a esos extraños seres (no siempre eran incluidos en la categoría “humanos”) nacían los zoológicos de personas. ¿Aberrante? Para ese entonces no tanto, está claro.

Pues bien, espigados zulúes con púas atravesando sus rostros, mujeres del sur de Etiopia con el labio inferior deformado para demostrar belleza e individualidad; maoríes con sus cuerpos totalmente tatuados, albinos de Tanzania, yamanes y mapuches de la Patagonia… se exponía a seres humanos como animales exóticos. Todo ello, amparado en el genuino interés científico de muchos investigadores. El mismísimo Charles Darwin cargó en el Beagle varios “ejemplos”; el Perito Francisco Pascasio Moreno se llevó algunos caciques tehuelches a “vivir” al museo de La Plata).

Traficante de humanos

Probablemente el cenit de este festival de degradación se produjo durante la Exposición Universal de San Luis; ésta se llevó a cabo en 1904 con motivo de la realización en esa ciudad del estado de Misuri los terceros Juegos Olímpicos modernos. En el enorme predio de unas 500 hectáreas existía un recinto denominado Antrophological Days. Allí, durante dos días miles de personas se agolparon para ver un espectáculo en el que “seres primitivos» (negros africanos, indios sioux y de otras tribus, moros, patagones, sirios y pigmeos) debían dejar en evidencia su inferioridad física y moral ante la cultura anglo-americana, compitiendo en deportes que desconocía totalmente, o bien destacándose en actividades “propias de su raza” tales como arrojar flechas o trepar en árboles.

Ota Benga, de cuando era libre y feliz, antes de ser llevado a la «civilización».

Entre esos “salvajes” se encontraba Ota Benga. Un joven pigmeo de la etnia Batwa que en 1904 tenía 21 años, una esposa y dos hijos con los que vivía a orillas del río Kasai. Fue entonces que tuvo la desgracia de cruzarse con Samuel Phillips Verner, un empresario norteamericano. Verner había llegado hasta el Estado Libre del Congo (un territorio que después se convertiría en el Congo Belga y más tarde en la República Democrática del Congo, pero que por entonces era –de hecho– propiedad del sanguinario Rey Leopoldo II de Bélgica. Su misión, encontrar “fenómenos” para exponer en la dichosa feria de San Luis.

Los más denigrantes JJOO

Cuando Samuel vio a Ota supo que era el espécimen que buscaba: bajito, con cara aniñada, delgado y con dientes recortados en forma de punta como un felino. Lo compró por un kilo de sal y un rollo de seda. Una ganga.

Samuel Verner, uno de los encargados de llevar «salvajes» a estos zoológicos humanos.

Después de su “exitosa actuación” en los JJOO de San Luis (Pierre de Coubertin se refirió a ellos como “una mascarada ultrajante” al tiempo que profetizó que la humillante situación cesaría “cuando estos negros, estos cobrizos, estos amarillos, aprendan a correr, a saltar, a lanzar, y dejen a los blancos que hoy les están humillando por detrás de ellos»), Ota fue llevado por su ¿benefactor? ¿descubridor? ¿traficante?… bueno, por Samuel Verner al Museo Americano de Historia Natural. Allí fue presentado como una especie de hombre-mono (el “eslabón perdido” decían algunos cronistas de la época); de allí pasó al zoológico del Bronx, donde al principio podía pasear libremente por las instalaciones, pero debía dormir en la jaula de los monos.

Sin embargo, esa “libertad limitada” se vio modificada. El acoso de los visitantes comenzó a provocar cada vez más habituales reacciones violentas por parte del congoleño. Por ese motivo fue confinado a una jaula con un orangután. Frente a su habitáculo podía leerse el siguiente cartel: «Pigmeo Africano Ota Benga, 23 años, altura de 4 pies y 11 pulgadas, peso de 103 libras. Traído desde la ribera del río Kasai, Estado Libre del Congo, Centro Sur de África por el Dr. Samuel Phillips Verner”.

Exhibir seres humanos en zoológicos. La crueldad del hombre en su máxima expresión.
Exhibir seres humanos en zoológicos. La crueldad del hombre en su máxima expresión.
Libertad para Ota

Movimientos anti racistas y diversas organizaciones religiosas generaron una oleada de reacciones adversas a la reclusión y exhibición de seres humanos en zoológicos y el caso de Ota Benga fue el paradigma del momento. Esto generó mala publicidad para el zoológico. En 1907 el pequeño congoleño fue liberado y puesto bajo la tutela del presbítero baptista James H. Gordon. En un orfanatole enseñaron “modales civilizados”, a hablar inglés y le consiguieron trabajo en una tabacalera, donde rápidamente hizo amistad con sus compañeros que lo apodaron “Bingo”.

De todos modos, Ota Benga era un extraño en un mundo extraño. Sus características físicas impedían que pase inadvertido y allí donde iba debía soportar los prejuicios, los comentarios, las bromas y las agresiones de quienes se consideraban más alto en la escala evolutiva. Volver a su tierra natal no era opción, toda vez que Leopoldo II había sumido a su pueblo en un prolongado baño de sangre que se complementaba con los constantes conflictos entre las distintas tribus de la región.

No había más que puertas cerrándose en el camino de Ota. Por eso, un día decidió robar un revolver y otro día –precisamente el 20 de marzo de 1916– encendió un fuego ritual, bailó una danza tradicional y con un disparo en su corazón alcanzó, por fin, la libertad.

Otros zoos, yo los conozco, no los soporto

Como quedó dicho más arriba, los zoológicos humanos no eran extraños en las primeras décadas del siglo pasado. En 1914 existió en Oslo “Villa Congo”, que si bien parece el nombre de un boliche, era un sector del zoo de esa ciudad donde vivían 80 senegaleses que reproducían usos y costumbres africanas con temperaturas bajo cero. Cien años después, el gobierno sueco, con la supuesta intención de realizar una especie de “mea culpa”, contrató los artistas Mohamed Ali Fadlabi Lars Cuznerdos para que realicen una recreación de la infame colonia. «Recordar el pasado y abrir con la recreación de Villa Congo un debate sobre el colonialismo y el racismo en el mundo post-moderno” era el objetivo de la instalación en la que participaron voluntarios. Sin embargo la propuesta recibió duras críticas de movimientos anti racistas de todo el mundo.

En agosto de 2005, el zoológico de Londres exhibió a participantes voluntarios desnudos. Dos años más tarde, el zoo de Adelaida inauguró una “Exhibición de Zoo Humano” consistente en un grupo de gente que, como parte de un ejercicio de estudio, simulaban el encierro de un primate durante el día, y retornaban a sus hogares de noche. Los habitantes tomaban parte en varios ejercicios, con mucho de divertimento para los que miraban, que eran invitados a donar para nuevos encierros.

Mientras tanto, el rostro aniñado de Ota Benga sigue allí, recordando a través del tiempo que el hombre también puede ser el peor de los  animales que pisa la tierra.

nakasone