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Crónicas al Voleo

Las aventuras de Satchmo en Buenos Aires

Las aventuras de Satchmo en Buenos Aires

Por Germán Tinti

 

En 1957 la crítica musical no era muy amistosa con Louis Armstrong. Afirmaban que ya estaba acabado, que se había prostituido. Tal vez sea cierto que para entonces el genial trompetista de New Orleans ya había pasado el pico de su carrera, pero afirmar que era comercial y solamente buscaba vender discos parecía el despechado reproche típico de aquellos fans a quienes ofende el éxito y la popularidad de los artistas que veneran. Pasó con los Redondos, con los Stones y con muchos más.

Lo cierto es que Sachtmo (apodo derivado de la palabra inglesa Satchelmouth, «boca de cartera») tenía casi 57 años, pero era todavía un showman espectacular, que encandilaba al público de todo el mundo con el sonido único de su trompeta, su voz áspera y casi festiva, una simpatía contagiosa y una sonrisa luminosa e inextinguible.

 

Las aventuras de Satchmo en Buenos Aires

 

Louis Armstrong brindó, entre octubre y noviembre de 1957, diez conciertos en el teatro Ópera de la ciudad de Buenos Aires por iniciativa de Clemente Lococo, dueño del teatro, y Fernando Iriberri, propietario de Casa Iriberri, una de las disquerías más prestigiosas de la ciudad. Estuvo secundado por Velma Middleton, el pianista Billy Kyle, el contrabajista Squire Gersh, el baterista Barrett Deems, el trombonista James «Trummy» Young y el clarinetista Edmond Hall. El presentador de los shows fue el inolvidable Hugo Guerrero Martinheitz.

Desde su arribo al aeropuerto de Ezeiza, la estadía de Armstrong, que pocos años atrás había hecho versiones jazzeras de “Adiós muchachos” y de “El choclo” (“Kisses of fire”), conmocionó a Buenos Aires. Fueron miles de fanáticos que invadieron la pista cuando el avión terminó de carretear. Varios de los músicos de jazz más importantes del momento improvisaron una jam session en la azotea con vista a la pista que entonces había en el aeropuerto.

Situaciones de este tipo se repitieron en el hotel ubicado frente a la Plaza San Martín, adonde se alojó con su esposa, y en los alrededores del teatro donde actuó, obligando a que cada noche de show se corte el tránsito de la Avenida Corrientes.

Pero la actividad del músico no se limitó a sus presentaciones en el famoso teatro de la “calle que nunca duerme”. Satchmo mantuvo una intensa agenda en Buenos Aires y derramó un sinnúmero de anécdotas que son recordadas y celebradas aún en nuestros días, cuando han transcurrido más de 60 años y el indiscutible paso del tiempo ha dejado a pocos testigos con vida.

Las aventuras de Satchmo en Buenos Aires

Uno de ellos fue el guitarrista Carlos “Chachi” Zaragoza, quien recordaba en el libro “Grandes del jazz internacional en Argentina” de Claudio Parisi, que “Armstrong intentó salir tres veces y la gente se le tiraba encima. No lo dejaban. Estaba vestido con un impecable traje azul, camisa blanca, corbata al tono. ¡Tenía una pinta! Lo que pasaba era que el ‘grone’ tenía miedo de que la gente se le acercara y le tocara la boca porque tenía un callo a medio cerrar de tanto apretar (la boquilla de la trompeta), así que bajó con una careta de béisbol o de fútbol americano, miró qué estábamos tocando, hizo una señita y después se metió para adentro”

Quienes tuvieron la posibilidad de estar cerca de Armstrong destacaron la humildad y el don de gente del músico. El trompetista Gustavo Bergalli recuerda que “un día se apareció en el hotel una barra de chiquitos negros de aquí. Entraron al hall del hotel y le dijeron al recepcionista que querían ver al señor Louis Armstrong. Les preguntaron: ‘¿De parte de quién?’ y contestaron: ‘Somos sus primos’. Para no echarlos directamente, el encargado del hotel llamó a la habitación y atendió el promotor que le cuenta a Armstrong: ‘Sí –dice–, déjenlos pasar que seguramente son mis primos’. Había como seis o siete. No hablaban inglés, venían a pedirle guita y Armstrong les dio. Un tipo con una generosidad tremenda, como Gardel. ‘Pero Louis… si les dio plata –le dijeron los promotores–, ¿cómo van a ser sus primos?’. Y él, con esa humanidad que lo caracterizaba, les respondió: ‘Son mis primos, de alguna forma son mis primos’” Es que Satchmo era un tipazo que tenía siempre dispuesta una gigantesca sonrisa adornada por una dentadura propia de las mejores publicidades de dentífrico.

Nano Herrera fue un reconocido periodista y un personaje emblemático del jazz porteño. Fallecido hace ya una década, presenció todos los recitales de Armstrong en el Ópera.

“Trabajaba de cadete y las entradas costaban el triple del sueldo: ‘Jamás voy a poder entrar acá’, pensaba. Pero como una necesidad fui al teatro y en el hall lo veo al baterista Barrett Deems, que estaba caminando. Iba y venía. Entonces me acerqué y él me preguntó si tenía chicles, así que le fui a comprar y aproveché para pedirle: ‘¿Por qué no me invita a mí, que no tengo ticket?’. Todo eso con mi pobre inglés. Me respondió: ‘No problem, come on’. Desde entonces, todos los días estuve ahí. Armstrong estaba en su camarín solo, con su señora. También viajaba con el médico. Lo cuidaban muchísimo, recibía gente, se escuchaban las risas. La mujer los echaba a todos porque él se portaba como un chico, no podía comer tanto como comía. No querían que se acercara la gente, entonces Lococo le puso unos policías para que lo cuidaran. Armstrong no le decía nada a los policías, pero un día salió con unos sobrecitos y les dijo: ‘Muchachos, les quiero dar algo… estas son sales digestivas que yo utilizo y me regalaron en Alemania’. Se las dio como diciendo: ‘¿Por qué no se toman una purga y se van todos a cagar?’Un día veo mucha policía parada al lado de la puerta. Entonces me asomo, miro por un pasillo y lo veo venir ¡al Gordo Troilo! Me volví loco y me agarró gran curiosidad para ver cómo sería ese encuentro. Entonces llega Troilo y Armstrong sale a recibirlo. Se miraron, se abrazaron y se dieron un beso como si se conocieran de toda la vida. Una cosa que aún me emociona, pensar que estos dos grandes se dieron un beso. Seguramente Troilo sabía de Armstrong, pero Armstrong de Troilo no lo creo. Todo eso me pareció una cosa fantástica, esa comunión entre el tango y el jazz”

Pero lo más sorprendente del periplo de Louis Armstrong en Buenos Aires fue el día que terminó en la comisaría. El músico Leo Vigoda fue promotor y protagonista de los hechos, y lo recuerda así:

“Una noche un fotógrafo amigo me hizo subir al escenario en un intervalo. Entonces yo me siento en la batería de Barrett Deems… ¡Imaginate!  Y me pongo a tocar un poquito, a jugar y de repente se aparece Armstrong y se pone a tocar unos pocos acordes conmigo. Era un tipo divino, un personaje maravilloso.  Entonces Armstrong ve que tengo una Estrella de David. Automáticamente me pregunta en inglés: ‘¿Vos sos judío?’. Le digo que sí y dice ‘Oh, yeah!!!’ y me pregunta dónde podía comer comida judía. Me pongo a pensar y no se me ocurre ningún lugar. De repente se me cruza por la cabeza invitarlo a casa: ‘Un momentito… ¡mi mamá! –le digo–. Si usted acepta venir mañana a comer comida judía a mi casa yo lo voy a buscar al hotel, Y el tipo me dijo que sí. Me vuelvo a casa y les cuento toda esta historia. Automáticamente mi viejo me pide que le ponga en el Winco todos los discos que tenía de Armstrong. Mi vieja protesta y protesta pero se pone a cocinar varénikes. Armstrong viene al día siguiente. Gran conmoción. Viene mi hermana, mi cuñado, hasta un alumno de mi papá que estudiaba clarinete. Nos ponemos a comer y Armstrong, enloquecido con los varénikes de mi vieja, se comió todo. Todo, ¿entendés? De repente se tira hacia atrás, se apoya en el respaldo de la silla, se abre la camisa y veo que también tiene una cadenita con la Estrella de David. Recordé que de niño había trabajado para una familia judía que prácticamente lo había adoptado y lo había impulsado a aprender música. Esa Estrella de David era un modo de homenajearlos.

Las aventuras de Satchmo en Buenos Aires
Leo Vigoda, Satchmo y los varénikes. Protagonistas de una anécdota imperdible.

Entonces Armstrong dijo: ‘¿Cómo puedo agradecerles todo esto?’.  Y mi viejo le responde en idish: ‘¿Por qué no tocamos algo juntos?’. Y Armstrong aceptó. Mi vieja se sienta en la batería , mi viejo en el piano, yo agarré mi violín y el alumno de mi viejo su clarinete. Hacía calor y teníamos las ventanas abiertas. Tocamos con tanto bochinche que se empezó a juntar gente en la calle y el tranvía que pasaba, al ver tanta gente, paró. ¡Se juntaron tres tranvías! Al final vino el policía de la esquina y tocó timbre en casa. Pedimos disculpas pero igualmente tuvimos que ir todos a declarar a la comisaría, incluido Armstrong. No estuvimos ni detenidos ni presos, pero vino el autito y nos llevaron, un poco por joder. Al final, aunque no tenían idea de quién se trataba, le terminaron pidiendo autógrafos. Después vino a la comisaría el agregado cultural y lo retó como a un chico: ‘¡Pero cómo vas a estar haciendo estas cosas! Si sabés que tenés que tocar a la noche en el teatro…’. Armstrong era un chiquilín”.

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