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Crónicas al Voleo

Las aventuras del Capitán Langsdorff

Por Germán Tinti

 

La intervención del Admiral Graf Spee en la Segunda Guerra Mundial fue breve, de apenas unos meses. Se lo denominó el “acorazado de bolsillo” (taschenkreuzer) y es considerado –aún hoy- un prodigio de la ingeniería naval alemana de la época, “más veloz que el más fuerte y más fuerte que el más veloz”. A su mando se encontraba el Capitán Hans Langsdorff, un Oficial de 45 años que estaba al frente de una tripulación de marineros apenas salidos de la adolescencia.

Nacido en la Isla de Rügen, Hans Langsdorff era el  hijo mayor de una familia sin antecedentes navales, sino más bien relacionada con las leyes y la religión. Siendo Hans un niño, los Langsdorff se trasladaron a Düsseldorf, donde fueron vecinos de la familia del Conde Maximilian Von Spee, quien fue un héroe de la fuerza naval alemana y que murió en combate en la Batalla de las Islas Malvinas, cuando la flota que comandaba fue destruida por la Británica fondeada en Puerto Stanley (Puerto Argentino), cuando comenzaba la Primera Guerra Mundial. Posteriormente le darían su nombre al navío que encontró su final en las aguas del Río de la Plata.

En 1937, Langsdorff es ascendido a Capitán y puesto al mando del moderno Graff Spee, que junto a sus dos “gemelos” tuvo una destacada intervención durante la Segunda Guerra Mundial.

 

El derrotero de este navío fue espectacular y fulminante. Su misión de guerra era perturbar todo lo posible el suministro de –principalmente- víveres a Inglaterra. Para ello desplegó una verdadera cacería en los océanos Atlántico e Índico cuidando de no ser visto y que su posición no pudiera ser informada por sus víctimas.

¿Víctimas? El 30 de septiembre de 1939 cayó la primera. Frente a las costas de Pernambuco el mercante inglés Clement sufrió la fuerza de sus cañones y se fue a pique previa requisa de su cargamento. Los tripulantes fueron evacuados a las lanchas salvavidas y se dio aviso a la Marina Brasilera para que los rescatara. Claro, este ataque fue hecho bajo un nombre falso, por lo que no se pudo dar noticia precisa de su ubicación. Sin embargo, no era conveniente permanecer en la zona, por lo que el Graf Spee se trasladó rápidamente a las cercanías de la costa africana y desde allí continuó su tarea.

Se lo consideró un fantasma de los mares. Langsdorff desarrolló técnicas de camuflage para acercarse a sus presas. Utilizaba banderas de otros países, cambiaba el nombre del barco, desarrollaba “escenografías” para aparentar mayor armamento, pintaba la nave… El fantasma mandó a pique a siete importantes naves (Clement, Newton Beech, Ashlea, Huntsman, Africa Shell, Doric Starr y Tairoa) en poco más de dos meses, cuando era buscado desesperadamente por unos 20 navíos ingleses por el Atlántico Sur y el Océano Índico.

También generó unanimidad el concepto que se hicieron del Capitán sus prisioneros. Era un verdadero caballero del mar. Jamás maltrató a uno. Es más, les reservaba un trato especial en su nave hasta que podía ponerlos a salvo a través de otros navíos de bandera alemana o de otras armadas. Esta actitud generó respeto, admiración y, en algunos casos, la amistad de quienes fueron sus víctimas.

Las órdenes recibidas por Hans Langsdorff del Alto Mando Alemán era atacar buques mercantes y no entrar en batalla con navíos armados. Por ello a muchos historiadores les sigue llamando la atención que haya presentado batalla ante tres navíos ingleses que averiaron seriamente al Graf Spee, dejándolo en inferioridad de condiciones, lo que lo obligó a entrar al puerto de Montevideo para intentar hacer reparaciones. Fueron horas frenéticas en las que la tripulación alemana se encontró sola en el puerto de un país que apoyaba a los aliados y le negó toda asistencia. Las presiones del Embajador Británico en Montevideo, Eugen Millington Drake, y la absoluta negativa de uno de los dueños del dique donde estaba atracado el acorazado, Carlos Alberto Voulminot a tan siquiera proveer los repuestos para arreglar la nave pusieron al Graf Spee en un callejón sin salida.

En El País Digital, el reconocido periodista y escritor uruguayo Diego Fisher, recrea el diálogo entre Langsdorff y Voulminot:

“’Ponga usted el precio”, dijo el capitán Hans Langsdorff en un perfecto francés y colocó sobre el escritorio de su interlocutor un cartapacio de cuero abierto, en cuyo interior se veía un cheque en blanco.

“De ninguna manera, en mi empresa no repararemos su barco”, respondió enfático Alberto Voulminot, también en francés, el idioma de sus ancestros.

“Véndame entonces, los materiales que necesito”, pidió Langsdorff, vestido con su impecable uniforme blanco y haciendo gala de sus refinados modales.

“Capitán, es inútil, esta empresa no sólo no reparará al Graf Spee, sino que tampoco le venderá ni un solo elemento de los que está usted precisando”, respondió. “Ponga usted el precio, pida lo que quiera, no hay límite”, insistió el marino alemán y con su mano derecha le señaló el cheque que minutos antes había colocado sobre la mesa del empresario uruguayo.

“No es cuestión de precio, ni de dinero, sino de dignidad”, expresó cortante Voulminot. “Señor, ¿usted sabe que yo tengo, en mi barco, armamento y fuerza suficiente para volar la ciudad de Montevideo?”.

“Claro que lo sé capitán. Pero también sé que usted es un caballero y que no lo hará”.

Las vueltas de la historia: el abuelo del empresario uruguayo había sido asesinado por las fuerzas alemanas que invadieron Alsacia en 1870, su padre emigró a Sudamérica con otros sobrevivientes de la masacre.

Finalmente, a las 19.55 del 17 de diciembre de 1939, casi dos horas después de haber sido obligado a abandonar la Capital Uruguaya, a la vista de casi medio millón de montevideanos, lo hiciera explotar para que no cayera en manos enemigas. Para ese entonces toda la tripulación había sido evacuada y era trasladada a Buenos Aires. Langsdorff se aseguró que todos sus hombres estuvieran a salvo y se suicidó de un disparo en la noche del 19 de diciembre. En su escritorio quedó su última carta, dirigida al Embajador alemán en Buenos Aires:

“Excelencia: Después de haber luchado largo tiempo, he tomado la grave decisión de hundir el acorazado Admiral Graf Spee, a fin de que no caiga en manos del enemigo. Estoy convencido de que, en estas circunstancias, no me quedaba otra resolución que tomar después de haber conducido mi buque a la “trampa” de Montevideo. En efecto, toda tentativa para abrir un camino hacia alta mar estaba condenada al fracaso a causa de las pocas municiones que me quedaban. Una vez agotadas esas municiones, sólo en aguas profundas podía hundir el buque a fin de impedir que el enemigo se apoderara de él. Antes de exponer mi navío a caer parcial o totalmente en manos del enemigo, después de haberse batido bravamente, he decidido no combatir, sino destruir su material y hundirlo… Desde un principio he aceptado sufrir las consecuencias que implicaba mi resolución. Para un comandante que tiene sentido del honor, se sobreentiende que su suerte personal no puede separarse de la de su navío… Ya no podré participar activamente en la lucha que libra actualmente mi país. Sólo puedo probar con mi muerte que los marinos del Tercer Reich están dispuestos a sacrificar su vida por el honor de su bandera. A mí sólo corresponde la responsabilidad del hundimiento del acorazado Admiral Graf Spee. Soy feliz al pagar con mi vida cualquier reproche que pudiera formularse contra el honor de nuestra Marina, Me enfrento con mi destino conservando mi fe intacta en la causa y el porvenir de mi Patria y de mi Führer.

Dirijo esta carta a Vuestra Excelencia en la calma de la tarde, después de haber reflexionado tranquilamente, para que usted pueda informar a mis superiores y, si es necesario, desmentir los rumores públicos.

Capitán de navío Langsdorff

Comandante del acorazado Admiral Graf Spee”.

No perdemos de vista que, como señala Osvaldo Bayer, Langsdorff había muerto al servicio de una ideología deshumanizada y cruel; y que actuó en uno de los sucesos más sangrientos y horribles de la historia de la humanidad. Pero tampoco podemos dejar de admirarnos –sobre todo quienes amamos las novelas y películas de piratas- de esta historia que parece surgida de algún brillante guionista de Hollywood. Por eso repetimos, junto –otra vez- a Bayer: ¡Qué lástima de héroes!

Cuando una vez finalizada la guerra su viuda pudo visitar su tumba en el sector reservado a la comunidad alemana en el cementerio de la Chacarita, ordenó retirar de la lápida la cruz esvástica, dejando solamente la Cruz de Hierro, condecoración que Langsdorff había recibido en dos ocasiones durante la Primera Guerra.

nakasone