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Crónicas al Voleo

Las aventuras del Ratón Belisario y del Mono Juan

Las aventuras del Ratón Belisario y del Mono Juan

Por Germán Tinti

 

Si bien las investigaciones y pruebas fuera de la atmósfera terrestre se venían haciendo desde hacía algunos lustros, la bandera de largada para la «Carrera Espacial» fue cuando la Unión Soviética puso en órbita el Sputnik I, primer satélite artificial. Como es bien sabido, esta alocada competencia tuvo como principales protagonistas a las dos mayores potencias mundiales y se encuadraba como un acto más de la Guerra Fría, pero la posibilidad de explorar el espacio exterior le despertó la curiosidad y la ambición a gobiernos de muchos países.

Argentina entró en este juego en 1960, cuando se creó la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) bajo la administración de la Fuerza Aérea. A partir de entonces se llevaron a cabo actividades relacionadas con el desarrollo de cohetes sondas, la instalación de la antena al costado de la albúfera bonaerense de Mar Chiquita para recibir al satélite Landsat y el intento de instaurar en el país el uso de imágenes satelitales. Fue una de las primeras instituciones en Latinoamérica en iniciar este tipo de actividades. En 1965 Argentina fue un país pionero en la investigación espacial desde los cielos de la Antártida con la Operación Matienzo, que tenía como objetivo medir la radiación cósmica. Para ello se lanzaron simultáneamente 3 cohetes en la Base Matienzo en la Antártida y de otros 3 en el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados Chamical (CELPAC), en la provincia de La Rioja.

Antes de mandar seres humanos, los investigadores espaciales hicieron pruebas con animales para estudiar las posibilidades de sobrevivir que tenían los seres vivos en las misiones espaciales. En 1947 Estados Unidos envió un grupo de moscas de la fruta junto a semillas de maíz en un misil alemán que era parte del botín de la Segunda Guerra. Dos años después fue el turno de Albert II, un macaco enviado en otro botín de guerra desde Estados Unidos. Una falla en el sistema de paracaídas provocó la muerte del simio. En 1950 los rusos enviaron a los perros Tsygan y Dezik, que sobrevivieron. No tuvo la misma suerte la rockstar de las mascotas cosmonautas: Laika murió de stress durante la misión Sputnik II. Durante toda la década de 1960, la Unión Soviética y Estados Unidos continuaron mandando fauna fuera de la atmósfera. A ellos se sumó Francia que envió dos ratas y un gato (en cohetes distintos, se entiende). Argentina fue, entonces, el cuarto país en subir bichos a los cohetes y mandarlos bien lejos del piso.

Belisario, Braulio, Benito y Celedonio… parece el comienzo de un chiste, pero eran cuatro ratoncitos cordobeses de raza Wistar nacidos en el Instituto de Biología Celular de la Universidad de Córdoba  que desde fines de 1966 fueron entrenados como astronautas. Belisario resultó el mejor de su promoción porque se adaptó mejor al arnés que se diseñó para inmovilizarlo dentro de la cápsula y al chaleco confeccionado para recolectar “deposiciones sólidas y líquidas” (pis y caca) para luego analizarlas. Así Belisario se ganó un pasaje para hacer un paseo por las alturas.

Las aventuras del Ratón Belisario y del Mono Juan
El Ingeniero Aldo Zeoli tuvo a su cargo encabezar el proyecto espacial argentino.

El experimento estaba a cargo del ingeniero aeronáutico Aldo Zeoli, pionero en las investigaciones aeroespaciales en nuestro país, el Vicecomodoro Cáceres, los Comandantes Niotti y Cueto. Ernesto Abril y el doctor Hugo Crespín.

El 11 de abril de 1967, a las 10 de la mañana, a bordo de un cohete Yarará, Belisario despegó desde la 4ª Brigada Aerotransportada, en el camino a La Calera, en un viaje hacia la historia. Al llegar a los una altura de 2300 metros detuvo su ascenso y se abrió el paracaídas. Los vientos llevaron la cápsula fuera de los límites de la pista por lo que debió ser rastreada desde un avión y recién cincuenta minutos más tarde, el ratón fue rescatado sano y salvo, aunque muy nervioso. Perdió 8 gramos, producto de la transpiración. Durante el vuelo se registraron sus datos de respiración y cardíacos y también las temperaturas internas y externas.

Menos de un minuto en el aire y casi una hora para encontrarlo…

Luego del éxito de la misión, Belisario obtuvo su retiro anticipado y volvió a vivir al Instituto de Biología Celular que lo había visto nacer, tuvo una numerosa prole y vivió una larga vida, dentro de los parámetros vitales de un ratón de laboratorio, claro está. Tuvo mejor suerte que su compañero de promoción Celedonio, que murió al estrellarse su nave en Chamical.

Desde entonces se reiteraron los lanzamientos de roedores, todos machos. La historia nos deja pocos datos de la Rata Dalila, que en agosto de 1969 fue enviada a 15 km. de altura. Tan solo se señala que iba sedada. Es justo consignar también que por entonces toda la atención estaba puesta en Estados Unidos, que unas semanas antes había puesto tres animales de otra especie en la mismísima Luna.

Poco antes de finalizar el ’69 (el año) Argentina dio un nuevo paso adelante en la carrera espacial: se cambiaron ratones por monos. Desde la selva misionera llegó Juan, un Sapajus apella (o sea, mono caí) que iba a batir todos los récords en lo que se refiere a alejarse de la tierra. Pesaba 1,4 kg y medía 30 cm. Un día antes de Navidad, a bordo del Canopus II, un cohete sonda de unos cuatro metros de largo y 50 kg de carga útil, desarrollado en Argentina, Juan se elevó 82  kilómetros sobre la superficie terrestre.

“…y un banderín de Guaraní Antonio Franco / y la triste estampita de un santo…”

Si bien se registró en la ojiva del Canopus una temperatura de 800º, en el interior de la cápsula había unos agradables 25º. Juan hizo el trayecto bajo el efecto de sedantes que lo mantenían quieto pero consciente. Llevaba puesto un chaleco impermeable e iba acomodado en un asiento diseñado especialmente para reducir los efectos de la aceleración sobre el cuerpo del animal. Este asiento, a su vez, estaba dentro de una cápsula llamada Amanecer que se encontraba ubicada en la punta del cohete, que ya había realizado dos vuelos de prueba. Adicionalmente, la cápsula estaba presurizada y contaba con una reserva de oxígeno de unos 20 minutos.

Las aventuras del Ratón Belisario y del Mono Juan
El mono Juan, de la selva misionera al espacio, casi sin escalas.

El viaje duró un total de 15 minutos y la cápsula cayó en la Salina La Antigua, a 60 kilómetros de Chamical. Juan estaba en perfecto estado de salud aunque miraba a todos con sorpresa y se movía con lentitud. Estaba tan sedado que solamente le faltaba pedir que pusieran un disco de Van der Graaf Generator.

Luego del viaje Juan se retiró y se mudó al zoológico de Córdoba, donde vivió sus últimos años, fue una celebridad y tal vez haya conocido a un baby mono Silvio.

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