Por Gustavo Gutiérrez
El adjetivo de «pachorra» nunca le molestó. En fútbol, el apelativo está cercano al humillante «pecho frío», definiendo a aquellos jugadores talentosos con la pelota, pero que nunca moverán la aguja de los elegidos justamente por eso, porque son demasiado fríos.
El, ni siquiera lo pensó. Surgió pidiéndola como guapo con cada una de las camiseta que defendió y defiende a puro talento. En Barrio Parque ya mostraba que era distinto; aún en esa calesita que a veces irritaba. Te ponía el cuerpo y era casi imposible quitársela.
Cuando se puso la celeste de Belgrano, la discusión surgió en forma de pregunta: ¿de media punta? ¿de punta? ¿de qué lo ponemos a éste? Probaron hasta de desopilante wing izquierdo. Resistido primero por la popu, después casi amado como ídolo, se dieron cuenta que necesitaba libertades para que él decidiera aceleración o pausa; si tenerla un poco más o pasarla al mejor ubicado en el momento justo.
Dio cátedra en la promoción frente a River, en el descenso histórico del «Millo». Esa tarde se recibió de crack. Pelota bajo la suela, con un Monumental hirviendo y él, manejándola como si estuviera en el jardín de la casa.
Después, Palermo; peleando contra un equipo que no atacaba casi nunca, con un técnico avaro que prefería que corrieran todos y que marcaran pocos. De todos modos, él también ahí como si fuera un instinto de supervivencia, fue el mejor asistente en la Serie A 2013 – 2014.
Después, Rayo Vallecano con mucha pena y sin mucha gloria. El Sevilla fue casi su salvación, abriéndole la puerta definitiva a un jugador distinto. Sampaoli lo hizo titular indiscutido. Creció, se convirtió en jugador de equipo y este domingo metió un gol de tacazo excelso.
Tiene un IVA, la lectura de juego (que es una virtud, don o talento) para llevar la pelotita a los espacios donde a su equipo más le conviene.
«Pachorra» es Franco Vázquez. Lento físicamente? si. Veloz mentalmente? También. Citado a la Selección Argentina por primera vez. El «Mudo» casi no habla. Prefiere decir en cancha todo lo que sale cada vez que la pelota queda enamorada, una vez más, de su zurda prodigiosa.
