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Pavón y diez más

  • Por Gustavo Gutiérrez

Terminó siendo un campeón sin brillo, pero justo Campeón. Si es por atributo, uno busca la categoría individual que salió en auxilio cuando el juego del equipo se empezó a apagar y solo apareció en cuentagotas.

Es como si los lesionados (y no es poco hablar de Benedetto y de Gago) lo hubieran desenchufado al equipo, y en el escenario sólo hubiera quedado Cristian Pavón. Por eso el título es «Pavón y diez más». Con escasa a nula influencia de su técnico, cuya capacidad de relacionar futbolísticamente a sus jugadores brilló en franca ausencia.

Por eso Cristian Pavón fue el jugador con mayúsculas. El mejor del campeonato y la razón por la cual Boca, a partir de su simple contacto con la pelota, generaba siempre «algo» parecido a un ataque. El contacto de Pavón con la bocha generó esa electricidad que me parece ningún otro generó, salvo aquella honrosas excepciones que se fueron mancando por sendas lesiones.

Pavón generaba casi siempre; porque lo buscaba, porque representó fielmente a los wines, esa raza en extinción. Fue un wing de los antiguos, pegado a la raya, estableciendo el mano a mano con el marcador que intentó detenerlo y nunca pudo. Fue el Pavón de las diagonales, aquellas que ya le vimos aquella tarde cuando debutó frente a Brown de Adrogué, haciendo uno de sus mejores partidos, con un Talleres ya descendido. Ese Pavón que ya aparecía como un jugador distinto, justamente por esos gestos técnicos que tienen que ver con su inteligencia.

Después de Pavón, Wilmar Barrios. Fue un relojito que nunca atrasó; patrón de la mitad de la cancha, con asistencia perfecta. Un detalle: sin que Guillermo pensara en ponerlo, porque antes que él estuvo Gago, Sebastián Pérez, el técnico lo borró a Cubas… y apareció Barrios, y a partir de la lesión de Gago fue el hombre que manejó todos los tiempos.

Después… la etapa gris de Carlos Tévez, que vino en su segundo regreso, luego de conseguir y traerse muchos euros en China; lo que no trajo fue jerarquía, fue posibilidad futbolera de competir en esta liga. Le dio algunas lucecitas al equipo pero después definitivamente se fue opacando.

El pro de Pablo Pérez, cuando maneja la pelota en función de su capacidad innegable; el contra de Pablo Pérez, cuando pega a diestra y siniestra y deja al equipo al borde del abismo.

En la foto final están los goles de Wanchope Abila, otro olvidado, casi humillado por el técnico; que parecía que venía en el bolsito de Tévez y que se tuvo que ganar -versus Bou- luego de la lesión de Benedetto, el puesto a fuerza de voluntad, tozudez y perseverancia. Marcó los goles fundamentales para que Boca diera la vueltita.

Después… algunos ratos de Cardona, que no alcanzan. El difícil desafío de Reynoso que tuvo que ponerse una camiseta demasiado pesada (a veces pudo y a veces, no); la endeblez de un arquero, que no es de los que uno puede definir como «ganapartidos». La endeblez de una zaga con Goltz, que es una copita de cristal con muchas lesiones; entre Magallán y Vergini tampoco alcanzaron a solventar esos centros cruzados que a Boca le dolieron mucho casi siempre.

La frase final de Daniel Angelici, después del empate final ante el débil Gimnasia: «Sabemos que este equipo puede jugar mejor», en contrapartida con lo que su técnico pregonaba en cada conferencia de prensa, viendo generalmente a este Boca jugar bien, cuando ni siquiera los propios jugadores tenían esa misma visión.

Luces y sombras de un Campeón indiscutido, que ganó sus primeros ocho partidos sacándole once puntos a San Lorenzo, el que fue el más goleador y la valla menos vencida, el que fue quien más ganó, pero… un Campeón sin lustre, sin brillo, sin magia, sin colores vivos. Solo con la categoría de sus individualidades, que sadrán a la luz de una manera determinante a la hora del feca cuando preguntemos «¿qué tenía aquel Boca Bicampeón?»

Se hará una pausa, se hará un silencio, y ahí surgirá finalmente la respuesta: ese Boca, sin dudas, tenía a Pavón y a diez más.

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